Por Cinthya García
En mi trabajo anterior tuve contacto constante con el encargado de marketing. Me resultaba odioso solo escuchar la palabra marketing pues ese individuo relacionaba todo lo que sucedía en el trabajo con su función dentro de la empresa.
Independientemente de lo odiosa que era su personalidad y la forma en la que menospreciaba el trabajo de los demás, había algunos aspectos de lo que debía desarrollar que me resultaban interesantes y hasta les encontré una funcionalidad mucho más convincente que su sola opinión.
Durante las juntas del equipo de trabajo sus intervenciones eran para destacar lo malo que alguno de mis compañeros (o yo) habíamos hecho o, simplemente, buscaba la forma de denostar el trabajo que habíamos realizado.
Fue tanta su insistencia en ponderar lo que el marketing era para la empresa y en minimizar lo que realizábamos otros que en el recorte de personal se prescindió de los que lo enfrentamos en algún momento.
La actividad en sí –el marketing– fue algo que pospuse escuchar por muchos meses. Una vez que llegué a tener la “cabeza fría” y me deshice de ese rechazo que propició alguien que no sabe trabajar en equipo, fue cuando me acerqué un poco a eso que está causando estragos en gran parte del mundo empresarial.
Resultó una “presentación” agradable, aunque con gran desconocimiento, pero hay pocos temas que no puedan ser consultados en internet en esta época.
Poco a poco inicié una investigación aleatoria de varios aspectos que me llamaron la atención del marketing y fue cuando me di cuenta de que es un “monstruo de siete cabezas” algo complejo, aunque fascinante.
Al observar a lo que estamos expuestos la gran mayoría de las personas es posible encontrar algo contenido en el monstruo. Difícilmente nos “salvamos” de no estar a su merced. Es entonces cuando la curiosidad se comenzó a despertar en mi mente y, como una revancha de la vida, comenzó una aventura laboral nada más ni nada menos que en una agencia de marketing.
Han pasado un par de años desde que estaba en pleno apogeo mi rechazo a esa actividad. Lo más irónico es que ese sentimiento fue generado por una sola persona a quien rechacé con todas mis fuerzas y puse su rostro en una de las profesiones más interesantes que pueda estar conociendo.
Me he declarado cautivada por una profesión que no es la mía, pero que me entusiasma conocer para realizar mejor mi trabajo, siempre con el objetivo de cautivar, convencer y satisfacer lo que alguien más necesita o puede llegar a necesitar.
Nuevo reto, nueva actitud para mejores resultados.